Se levantaba de la cama antes que el sol se elevase del horizonte. Acababa con el café hecho y preparaba otra cafetera que llenase la casa de despertares.
En silencio y a veces con música, pero siempre sin ruido, hacía sus cosas, preparaba el día con la energía contenida de años de tristeza, liberándola ahora dosificada para sentir vida, y desenvolvía los tejidos momentáneos que le cansaran hasta cerrarle los ojos de nuevo... día tras día.
Miraba la ventana buscando la luz del alba que asomaba, y bañaba sus ojos en lágrimas frías, al rememorar a aquellos que no volvieron a sentir el sol en su cabeza, aquellos espíritus libres que lo último que vieron fue el purpúreo cielo del amanecer, el naranja en las nubes, el frío rocío... justo todo antes del plomo en sus cuerpos; un pasado doloroso, que olvidado y tergiversado se perdía entre el odio, el rencor y la cruel ignorancia.
Hoy estaba claro el plan, nunca el desarrollo y mucho menos el desenlace, kizá hayase la muerte que tanto esperó y deseó en los tiempos de entre felicidad y resucitaje, o puede que fuese un día normal como cualquier otro cargado de momentos que alargasen el tiempo para que a la noche parezcan las horas días.
Se deseó un buen día y partió a la aventura.
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